Estoy escondida bajo mi cama sintiendo cómo mi corazón se mueve más rápido que las alas de un colibrí. Tom, mi peluche favorito, me abraza, me calma, me dice que no tema, que todo acabará pronto. Mi boca está tensa, rígida. Mi respiración es casi imperceptible. Sé que al mínimo ruido, él me hallará. «Sofía no te escondas, no quiero hacerte daño» —dijo cuando abrió la puerta. Tom me aprieta con fuerza y me dice que esté tranquila. Esta vez sus palabras no me confortan. El miedo ha invadido hasta la saliva que se desliza como espina por mi garganta. Las manos del hombre cazan mis pequeños pies rompiendo la posición fetal que me protegía. —¡No me hagas daño! —grité repetidamente mientras daba palmadas a su cabeza. «Más tarde viene a verte tu hija. Debes estar lúcida».

Andrés Uribe
@jauriber
Leer sus escritos


Deja un comentario