Los relámpagos son manos que juegan a tocarse
en la eternidad de la lluvia y en lo efímero de la noche.
En ocasiones rígidos, como sosteniendo al cielo;
como la telaraña lumínica de aquel bicho, invisible
o crepuscular, que esconde la cabeza entre los cúmulos.
Parecen las nervaduras de una hoja oscura,
que nos mira desde arriba.
Los relámpagos trazan mapas de bruma en el horizonte.
Al igual que nuestros caminos, la fricción casi improbable
de una nube con el suelo, se divide en relámpago y trueno.



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