Andar sumergido en el fango, apresado por el abrazo pútrido de la húmeda tierra que se empeña en no dejarte avanzar, enlentecido por un atardecer que no acaba nunca, que se prolonga en arreboles a punto de apagarse (pero que no se apagan), avanzando detenido por el lodo que se adhiere a ti como digiriéndote, como si de un masticar lento de la tierra se tratara y tú fueras un simple bocado anhelante, un bocado ciego, aún con esperanzas, embobado en atardeceres que se proyectan entre las hojas casi negras de los árboles. Así atraviesas el final de la tarde, agotando toda tu energía en un paso a la vez, concentrándote dolorosamente hasta liberar un pie del lodo, para avanzar unos cuantos centímetros nomás y sumergirlo de nuevo en un deglutir mezquino que no culminas de entender. Bocado de pie, avanzando en medio del masticar ennegrecido de la tierra, como si la tierra te saboreara antes de tu muerte, como si quisiera lamerte la piel mientras aún vives, para hacerte saber cómo será volver a ella después de tanto tiempo. A lo lejos, parece verse el final del camino: una zona seca, un empedrado tal vez, la salvación. Pero por cada paso que avanzas, la visión se aleja a su vez un paso también. Se deja ver, como exhibiéndose, pero no se deja alcanzar. No sabes si esta esperanza es, mejor, una tortura, como el famélico que fallece tratando de acercarse a un plato de comida puesto a un palmo de distancia, pero que no alcanza, porque primero se lo apura la muerte. Esta es una Ítaca maligna, que se burla. En plena conciencia de la desesperanza, en pleno sentido profundo de la estatua, en plena verdad de la roca, cuando ya cansado de no avanzar te vences y te diluyes en el lodo, despiertas. Abres los ojos y respiras profundo, caminas hacia el baño, el agua fría al contacto con tu rostro te espabila. Te observas ante el espejo, con toda atención, clavas tu vista en tu mirada, hasta alcanzar a entrever una mera silueta en el azabache de la pupila, atrapada en el mismo lodo del sueño, digerida en el mismo meandro de pantano donde empezaste esta pesadilla que no cesa.

Juan M. Peña
Blog de Juan
Leer sus escritos


Deja un comentario