Carta transatlántica

Colonias lejanas a la metrópolis, desconectadas de los haceres del que manda, dependientes de una demostración de poder, de tener, de plagar. Pueblos con identidad, con procesos vitales diversos, con un ritmo cultural rico y profundo, cada uno naciente de su propio ideario, inocente frente al mercenario y del sol un ruiseñor, ridiculizado ante el carraspeo de la pólvora. Espacios contemplados como habitáculos periféricos que incluir en las medallas colgadas, enclaves estratégicos por intereses desconocidos del significante humanidad. Cerca, patios de charcos ensangrentados en el extremo más próximo al origen de La Tierra, de los dragos que lloran las ausencias de los brutalmente eliminados. Lejos, al otro lado del charco, las villas evitan llorar por la sed. De allá mis manos se recuerdan, sabiendo que representan lo que a mis compinches que respiran aire infeccioso, por una historia a medio contar, hace llorar. Por las manos ajenas y sucias que actuaron allá donde se entiende lo que escribo. No se habla demasiado por las calles, pues los años restan importancia a las barbaries. También se ensució a las Afortunadas que fueron… ¡Tanta “suerte” que tuvieron! ¡La arena de las almas inmortales, la cuna de la existencia dichosa! La dicha duró lo que el salvaje curtido permitió y más adelante a escupitajos quiso borrar, con un romanticismo impuesto bañando atrocidades, intoxicando a cuenta gotas para obnubilar y que la historia se lea borrosa. Hoy, yo me planto. Como rosa espinada. Me alongo mojando mi cuerpo en el océano para tu mano poder dar, a quien está lejos (y tan cerca). Hemos florecido del abandono, del síndrome de inferioridad histórica, del silencio cultural… de la misma forma de caminar y achicar los ojos al sol. Ya nos unía una lengua anterior a la hablada. Hace tanto… El cielo no brilla con la misma intensidad que entonces y cuesta tomar el aire por la nariz. Más la corteza, el suelo, las estrellas, no borrarán nunca el núcleo de lo que nos conforma. Nos fortalece el espíritu y la garganta para contar nuestra historia común a pleno pulmón. Los alisios harán llegar esta carta al otro lado, con eso que ningún constructo (ni deconstructo) puede eliminar: la naturaleza que nos une. Somos los pueblos que no mueren; las voces que se perdieron gritando y se reencontraron igual.

aurora hernández escritora poeta

Aurora Hernández
@liveaboutit
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