Un gorjeo solitario ahuyenta el silencio de la plaza vacía. Busca entre baldosas un trozo de pan dulce que amortice el polvo en el estómago. A cada paso reciente más intensa la mirada del verano; hasta el suelo irradia por sus patas el calor. Contorsiona el cuello para ubicar la vista en diferentes perspectivas, no escatima esfuerzos para emplear su pico ante cualquier indicio de alimento… pero nada. Sus ojos colorados aún vislumbran el fantasma de la gente yendo a misa, y en su vago sentido del gusto se resguardan los trocitos de tortilla donados por los transeúntes. Las puertas cerradas de la catedral, entre los feligreses, se llevaron sus migajas. Desde entonces las palomas desalojaron el templo y sus inmediaciones; sin embargo, ésta aún mantiene fe en las campanadas, espera su llamado al medio día. Deambula bajo el sol hasta alcanzar la sombra de su cruz bendita, luego se dirige a las ventanas a integrarse en los vitrales. Por las noches se acomoda entre los pliegues de algún santo inmóvil; sueña que se vuelve de concreto y entre los frutos grabados por los relieves del motivo religioso, encuentra su banquete.
Francisco R. Garcisán
@frgarcisan
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