La luna y el loco

Cierto equinoccio inexacto,
la noche y la luna estaban,
la una ya bastante noche,
la otra bastante lunada;
por los derredores vacuos,
aire fresco a Salamanca,
se dejaba respirar
entre las calles y casas
que hacen de nuestro pueblo
de costumbres, la alharaca
que se escucha de continuo
los días de la semana.

En lo alto de un campanario,
sobre sus tejas plateadas,
el loco de nuestro pueblo
versos de amor recitaba
a la luna tan hermosa
de esa noche tan amarga;
las tejas se estremecían
escuchando la cantata,
la luna sonrojándose
ante la noche estrellada,
y el loco a cada momento,
de ella, más se enamoraba.

Tranquilo cantaba coplas
el eterno enamorado,
so tranquilo hasta el extremo
que quiso acostarse un rato,
movió los pies —un descuido—
y en momento inesperado
resbalaron en traspiés:
resbaló el mojigato…
tocando el mortal vacío,
cayó desde lo más alto,
repartió sesos apenas
abrazó el suelo raso.

La luna esperó silente
ante el beso infortunado,
trémula esperaba que se
levantara el embarrado,
hasta que los paramédicos
recogieron sus pedazos.
Hubo una lluvia de estrellas:
era de la luna el llanto
por el amante perdido.
Hubo ventarrón aciago
por aquel romance muerto
entre la tierra y los astros.

Desenlace amargo fue que
la luna palideció
hasta quedar toda blanca
tal como la vemos hoy;
entonces fue que la luna
de la tierra se alejó
hasta una altura en que nadie
notara su llanto atroz,
misma altura donde están
cielo, ángeles y sol.
Y todo porque un loco,
tuvo un resbalón de amor.

Alex Arana
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