Nevada

Conducía un Dodge Durango
por la autopista 50.
Era enero. Dos mil cuatro.
En la radio, Johnny Cash,
me alegaba sus razones
por las que vestir de negro.
Y, de lejos, te avisté,
autostop ibas haciendo.
De turismo por la Tierra
con tu disfraz de persona:
pelirroja, ojos marrones.
—Puedes llamarme Nevada—
susurraste con tu voz
de mercurio y, así, entrabas
en el coche. Cuatro lunas,
tatuadas en tu escote,
orbitaban un lunar
y en una de ellas, Ío,
decías tener tu casa.

—No me fío de una raza
que prefiere conquistar
otros mundos, en lugar,
de arreglar las averías
de su hogar. Pero, al final,
por selección natural,
meritocracia animal,
de alguna u otra manera,
vais a desaparecer.
No os hacen falta asteroides
para extinguiros. Tal vez,
pueda sonar insolente
o sádica o aguerrida,
pero en mi pueblo podemos
ver el futuro y, te digo,
que a vuestro reloj de arena,
pocos minutos le quedan,
y antes de que esto suceda,
a mis nietos contaré
que mis antenas surcaron
el azul de tu planeta.

No me creerán si les juro
que yo solo pregunté
qué le hacía por la zona,
lo cierto es que, sin querer,
me enamoré de Nevada,
tal vez por los agujeros
negros que vi en sus ojos,
toda luz fagocitando,
o bien la dulce violencia
con que hubo sido sincera.
Y así llegué a una estación,
con el tanque ya en reserva,
para poder repostar
y en la caja, en un estante,
unos anillos sublimes
de alta bisutería,
—póngame dos, por si acaso,
no se decide —yo dije.
De vuelta a mi Dodge Durango,
ni un átomo de Nevada,
solo el eco de su ausencia
en el recuerdo atronando.

Me dicen que lo soñé,
más yo sé que fue real,
tan real como que Usted
o, si lo prefiere, yo
un día me moriré:
un mechón de color rojo,
con aroma a nebulosas,
encontré sobre su asiento,
varias semanas después.
Desde entonces, cada noche,
del mundo que me rodea
trato de huir, de los Hombres
y lo absurdo de su inercia
que gira sobre los ejes
de un suicidio colectivo,
de un homo que no es tan sapiens,
y los cielos escudriño,
con el mechón de su pelo
enmarañado en mi dedo,
custodio de dos anillos,
y observando cada astro,
cada esfera y sus estelas,
vagabundo, una a una,
la busco entre las estrellas.

Antonio Ríos
@antoniorios.poesia
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