Cada vez que veo una hoja de llantén me acuerdo de ella. De los paseos interminables bajo la lluvia, de su mirada inocente y paciente. De su energía interminable. También cuando veo sus ojos en la tristeza de otros, en aquellos que se le parecen que vagan por las calles. Muchas veces sin compañía. La veo a ella en cada porción de humanidad, en cada oportunidad de ser más y mejor. De mostrar la empatía que en los pequeños gestos se construye. En la justicia. En cada sol y cada luna, pienso en mi compañera de viajes y de aventuras, con la mejor vida que pudo tener a mi lado. Y me enfurece, justa y plenamente, que su pureza se incordie y maltrate en otros espíritus iguales al suyo. Diferentes vidas, esas de las que otros se acuerdan. Por los que otros abren los ojos cada día y pelean. Vidas agredidas, solitarias, abandonadas, sufridoras de las calamidades del mal tiempo y un peor destino. De las carreteras oscuras y los vehículos mortales. Estoy convencida, de que a otras como yo, personas diferentes a mí, otras hojas les recuerdan a alguno de sus seres queridos, por los que harían cualquier cosa y por los cuales sienten que son mejores con tan sólo pensarles. Mi recuerdo, mi amiga, tiene cuatro patas y se comunica con su cuerpo y sus ladridos como hacía, a pesar de ya no estar aquí. Ahora hace ruido en mi corazón a consecuencia del paso de los años que a todos nos responde. Créeme que si estuviese en cuerpo presente, y supiese gesticular palabra junto a todos esos otros que se parecen a ella, enseñaría muchas más cosas de las que los ojos se niegan a aprender. Dentro de mí, pasea exclamando: “El silencio animal, ¿De qué lado es que viene? ¿Cuál es el que más duele? ¿El que no reprocha el dolor, o el que ignora el daño que profesa?”.

Aurora Hernández
@liveaboutit
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