La vida pasaba y yo sentía una nostalgia que no era nostalgia

Te escribo desde una habitación que no era mía
hasta que puse una botella de cristal con un clavel rojo en el buró.
Desde un tren en movimiento, contando idiomas rostros euros en cuántas estaciones más debo bajar.
Desde una antigua abacería, preguntando qué es el vermut cómo es la melva quién es Cruzcampo por qué comen carne de toro.

Entre naranjos, con el olor a azahar anidando en las pestañas.
Entre hileras de balcones con jardineras de geranios.
Entre azulejos azul cobalto verde musgo amarillo sol rojo terracota;
santos nombres de calles una quimera águila sin nopal y serpiente
figuras geométricas querubines flores número exterior —aún no encuentro el 214,
pero sigo buscándolo—.

Mientras hablo con la mujer que encontraron en un olivo
la Blanca Paloma, la de las Marismas.
Echa de menos sus ramilletes de margaritas, amapolas, jazmines y lavándulas.
Dicen que canta con un niño en brazos
bandera de mi tierra, y olé
verdes trigales, trigales
y el blanco de sus casas y olé
sobre los mares, los mares.

Frente al retrato de quien sintió melancolía
por las golondrinas, las madreselvas, unos ojos pardos
que yo también he visto.
Dicen que piensa en versos y rimas
bandera de mi tierra, y olé
verdes trigales, trigales
y el blanco de sus casas y olé
sobre los mares, los mares.

Te escribo con la mano entrelazada a alguien
que le hace casita a un corazón sin cuerpo.

Te escribo sosteniendo una vida que ya no sé cómo usar.

Samara Mendoza
@samara.mendoza_
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