―¡Yo no debería estar aquí! Trabajo para una compañía pionera en la fabricación de móviles y vivo en una de las zonas más lujosas de Manhattan. Por favor, háganme caso. Quiero volver a mi hogar, quiero volver a mi tiempo…
El carcelero de turno entró en el calabozo y dejó una bandeja de madera en el suelo. Un trozo de pan duro ―acompañado de un cuenco de agua― era todo el alimento que aquel prisionero iba a recibir en aquel día.
―Etsi homines falles deum tamen fallere non poteris («Aunque engañes a los hombres, no podrás engañar a Dios»), dijo el oficial romano antes de marcharse.

Carlos Grossocordón
carlosgrossocordon.com
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