Desnudez de mármol, tu silueta aurea, un verano en Italia. ¿Qué cincel torneó tus piernas, tu cintura y tus pechos con la suavidad del agua? ¿Cuál es la brisa que forma tus dunas de yeso? ¿En qué nubes arreboladas se inspira tu piel? ¿En qué mineral se fijaron tus ojos para ser piedra preciosa? ¿A qué fruta sabe tu sexo? ¿Qué flor produce el néctar de tus labios? ¿Qué sonido entre los sonidos inspira tu placer? Las cuerdas del violín en celo, los espasmos de una laguna cristalina, el canto del viento en mi ventana. Y mi piel, qué afortunada, y mi boca qué delicia, y mis pupilas que se dilatan al infinito intentando gozarte. Qué experiencia sensorial tenerte y la impotencia de no ver más, de no tocar más, de no probar más de lo que puedo probar. El afán de congelar el tiempo en un gusto perpetuo, que no mata el deseo, lo excita. ¿Qué pacto hice para estar contigo? ¿Qué catástrofes pasé en otras vidas para vivir tu paraíso? Puedes dudar de mi cordura si pretendo enamorarte, pero qué más puedo hacer si solo me da la mente para imaginarme contigo. De nuevo en tu cama, o en la cama de aquel hotel aquella noche o en cualquier cama y en cualquier momento, pero contigo; despertándome por la madrugada para seguir, y luego durmiendo en tus brazos para no dejar de soñar.

Francisco R. Garcisán
@frgarcisan
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