Los violines de la Wallace Hartley Band
ya comienzan a afinar
sus decadencias.
Hay momentos,
lo confieso,
en que pienso
en las formas más honestas
y elegantes de matarte
sin que hayas de morir,
sin que, por ello,
una gota de tu sangre se derrame,
se desarme
sobre un suelo enmoquetado.
Que te guiñe un huracán
su ojo,
ciego de olvidos.
Que ante tus pies el camino
se torne arena movediza.
Que no escuches más que el ruido
de los huesos de tu voz
al quebrarse en cada letra,
cada sílaba que trates
de robarle al firmamento.
Que tus sueños se suiciden,
que naufraguen en el mar
sin fondo de tu lamento.
Que tu alma sea alimento
de voraces tempestades.
Lo confieso,
hay momentos
en que quisiera matarte
un poco, apenas
lo justo
para que ignore la historia
tu presencia
—invisible—.
Ya viste el cielo de negro
en este infierno, llueven
las bombas. Fuego.
Vergüenza.
Ya reza Dios
en silencio.

Antonio Ríos
@antoniorios.poesia
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