Cuál otra sería yo sin esa vista sobre la ciudad, sin que el atardecer se acabara día tras día frente a mí, apenas a unas cuadras de distancia. He visto el amor de alguien que no me amaba. Su cariño sin amor era el más gentil.
Reconocería su olor entre todos los cuerpos de todos quienes han vivido y los que vendrán, entre el olor de la hojarasca, en mi país y en las esquinas que al ceñirse forjan mi camino a casa.
Sobre sus alas mis besos torpes huelen a canela.
Cuando ella canta, yo crezco. Quiero escucharla mejor. Ruge mi corazón y acalla el mundo. Es el corazón el que me recrea: de repente estoy hecha para escucharle cantar.
Ella me revela el material de la ciudad que resiste debajo mío. Mira con curiosidad la tela que me cubre. Reconoce mi mirada triste. Me pregunta. Se despide con un beso que me tira con una mano. Con la otra cierra la puerta.
Todas mis ilusiones de que se me abalance y me quiera a mí se buscan un lugar en el amanecer de mañana. Mi solitario, muy solitario amanecer.

Lina M. Betancourt
linabetancourt.com
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