Otra oportunidad

Oía a lo lejos una voz adulta dando consejos financieros, balbuceó por unos instantes y se arrebujó con las sábanas, suspiró dos veces, arrugó las cejas, estrujó los ojos hasta que le salieron lágrimas, apretó ambos puños, gimoteó por un par de segundos y se detuvo.

De pie, estando agitado, se le doblaron las rodillas y se desplomó, magullándose la cadera y el hombro izquierdos. Quedó inconsciente sobre la alfombra.

Allá en el escritorio el celular repetía por enésima vez el mismo video cuando entró una llamada de su hermana, solo vibraba, dejó de vibrar, volvió a reproducirse el video, ella llamó una vez más, no hubo respuesta, dejó un mensaje: «Ya sé que quieres estar solo, pero me gustaría visitarte, aunque sea el finde, y ver una peli, porfa, tú elijes». Desplazando ese mensaje, apareció una nueva notificación: «La batería está muy baja». Y se reprodujo el video por última vez.

Se orinó. El hedor comenzó a reanimarlo, parecía siempre haber tenido un olfato propenso a incomodarse; llevó de inmediato la mano derecha al hombro izquierdo, se incorporó; pasó la mano izquierda por sus pantalones, levantó la cabeza, cerró los ojos, aspiró profundamente, contuvo la respiración, permaneció inmóvil por medio minuto, tosió abruptamente repetidas veces, entonces advirtió que estaba frente al espejo y no dejaba de mirarse, tosía, hasta que se encorvó y vomitó.

Puso las manos en el suelo medio metro adelante, pujó, intentaba pararse, los brazos le estremecían, pujó, pujó y, con la cabeza sobre su propio vómito, prorrumpió en llanto.

Después de unos minutos se sentó de nuevo, con los ojos semiabiertos veía al escritorio como si le fuera inalcanzable, y en él había quedado el celular muerto y un frasco adicional de medicamentos.