A mis casi cuarenta declaro,
sin atisbo a ostentación,
que en ocasiones —a veces muchas—
la vida no es fachada.
Que una vez abandonadas
frases bonitas
escuchadas desde lejos
solo nos quedan
los visillos corridos,
las puertas abiertas,
las sábanas sucias,
las cortinas hechas jirones.
Sin consejos ajenos.
Sin ficciones.
A mis casi cuarenta declaro,
sin atisbo a ostentación,
que en ocasiones —a veces muchas—
la vida es dura
de ovarios y cojones.
No hay rastro de filosofía
en estos versos,
ni disertaciones.
Es, simple y llanamente,
lo que veo.
Disfrazar lo crudo
nunca ayudó.
Mirando atrás,
dejas la penumbra
a tus pasos.
Recurrimos al falso orgullo,
al silencio,
al daño,
al engaño.
Cobijarnos incluso,
en la mísera sombra
de algún tallo.
Nos conformamos;
un canto en los dientes
y seguimos andando.
Basta ya
de morderse los labios.
Recurrimos al coma
[etílico si toca],
y nos tapamos los ojos.
Cuando lo que es preciso
es abrirlos.
Aguantamos respiración
hasta salir del agua.
Nos quitamos la mugre
y la costra.
[Un inciso]
Debemos perder peso,
aligerar nuestra ética,
nuestra consciencia,
nuestros recuerdos.
Hacernos los locos,
mutar en cohete;
si no, no lo aguanta
ni el más cuerdo.
También los hay raros,
que rezan y esperan;
otros, en cambio,
escribimos versos
malgastando el tiempo,
hablando de mierdas,
de quimeras,
de madrugadas,
de gestos,
de miserias.
Al menos algunos de ellos
atesoran momentos
para reciclar y usarlos
en la siguiente asfixia.
Un pie, luego otro.
Y a seguir contando
sobre esta fina línea,
delgada, discontinua,
intentando mantener
nuestro patético equilibrio,
esquivando los baches
y los huecos.
Sin ayuda divina.
Demos gracias políglotas,
mientras avanzamos
en rebaño,
oyéndonos respirar
aunque sea
de manera entrecortada.
Aún hay mañana.
Poema extraído de “Tras mis capas” (Kabo&Bero® Ediciones, 2024)

Carlos Vera
Blog de Carlos
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