Las luces de neón palpitaban sobre las cabezas. Una constante bulla aparecía por los cuartos de la casona, oscuros, ocupados por personas que entraban y salían constantemente. Trago en mano. Seducción en el aire. Había un aire a suciedad y sintético: sábado por la noche en la cantina refaccionada. El laberinto llegó a tener una especie de final: el rumbo lo marcaban unas flechas escondidas tras los arbustos. Una fiesta que retumbaba desde cada esquina.
Tú me viste llegar al entrar desconcertado. Te escabulliste tras Sofía, que te miraba intensamente cuando le contabas que acababa de aparecer. Yo no te vi hasta dentro de un rato en que imaginé que podrías estar aquí y, tal como lo imaginé, resplandecías alrededor. Te observé un rato. ¿Por qué no venías a mí, si ya me habías visto?
Compré un pisco sour, después otro, y luego otro más. Estaba en un primer cuarto con un DJ insoportable, buscando con la mirada la aprobación de las mujeres que lo cercaban. Estúpidos. ¿Dónde está Anabela?
Los polvos variados iban de dedos a lenguas, de lenguas a vasos, botellas y labios cercanos. La gente, disforzada, bailaba robóticamente electrónica de un lado para el otro, constantemente. No podía seguir aquí. Salí a buscarte por la barra, los pasillos, cada salón. Después de tanto tiempo sin verte, supe que este era el momento para decírtelo todo de una vez.
Serías mía una vez más.
Esa madrugada llegó como todas las otras madrugadas de otoño en Villa Realeza. Las ventanas, rugiendo por el viento, despertaban a cada miembro del pueblo. La madera crujía con el impacto de las pisadas matutinas, de aquellas que solías dar para ir a aguaitar a Diana durmiendo en su cuna. Te sentía salir de la cama, aspirar el frío –cansada–, ponerte las pantuflas y arrastrar los pies hacia su cuarto. A veces, de ser necesario, calentabas la leche en la vieja olla y te quedabas con ella hasta el amanecer.
Pero esta vez no fue así. Debiste salir por la puerta, para hacer crujir la madera con tu andar, regresar aliviada y volver a dormirte, arropada de tanto frío. No escuchaba más que el furioso viento. Escabulliza es, nunca aprenderá, pensé acomodando mi almohada.
Pero tú ya estabas lejos con Diana, decidida, dejando la puerta abierta, con el viento inundando la sala de frío, lejos de todo lo que dejabas conmigo, arrepentida de tu vida desde aquella noche en que nos volvimos a ver.

Andrea Crigna
@ukis_crigna
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