No oses cantar, musa, otra más de mis desgracias;
no oses cantar mi herida, cantar contrato
que con de sangre pluma firmé distraído día.
No leas en mi piel cláusulas aciagas,
jirones de almas, cesiones desorbitadas
de cuerpos y vida.
No oses cantar, musa, aquello que en mudez elegí;
no oses cantar mi silencio, cantar una peste
que con de piedra bubones el pecho rasga.
No veas en carne corte asfixiante,
ojeras tostadas, de palidez desfase,
sobre mejillas que tiritaban.
Ojalá tu voz se esfume al contar historias
de sagrado libro y ojalá tus cuerdas
se enreden sempiternas en apretados hilos.
Ojalá quemes la tinta de los versos que me escribo
presa de buscar un sino –que a mi lector parece concierna–
que sí osaste tararearme al oído.



Deja un comentario