Un ojo fijo en la tierra
y en los destellos del agua,
en el sabor de la hierba
y en las tres nubes que pastan.
El otro ciego a las risas
de los viandantes que pasan,
absorta su inútil córnea en
los claroscuros del alma.
Un ojo de piel de oveja
regocijado en el viento
que azota con sus latidos
los fuertes grillos del tiempo.
El otro ve las cenizas
y entre sus plumas un cuervo,
y en su graznido se clavan
mis mismos dos ojos negros.

Pablo Fernández de Salas
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