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Calma ofuscante

La calle por donde volvía a casa era eternamente ámbar de noche. En cambio, el pavimento se bañaba plácido después de muchos meses seco. Bajo la lluvia andaba a paso lento, admirando cada gota que rebotaba y se reunía con las otras. Cabizbajo pasaba junto a postes de raíces oxidadas, altas rejas de lanzas aversivas, autos dormitando e impacientes de luz. Solo éramos yo y el marchitar de un anhelo inalcanzable: un ¡por fin! acostarme y soñar… soñar. Mis ojos, mientras tanto, seguían clavados en la mediocridad del horizonte opaco.

Me extrañó la paz que me rodeaba. ¿Dónde están los grillos, el ruido propio del pensar, su dulzura, rumor o brecha? Nada más que el cántico pluvial me aturdía el alma.

De pronto un largo sonido bronco.

No lo distinguía bien, pero sabía que a lo lejos se acercaba, retumbando en cada esfera suspendida en la neblina. No logré determinar su procedencia y me esforcé en olvidarlo. Agité la cabeza y continué deambulando.

Los ámbares reflejados en las aguas del suelo se tornaban en la armonía que tanto buscaba en una constante distracción de la experiencia ordinaria. Por lo tanto, no demoró mi cuerpo en llevarme al medio de la autopista, abandonando la vereda para priorizar aquella línea pálida y discontinua que por tramos se perdía en los baches alargados. Parecía que la línea misma representaba el entretanto del ser y el estar, como una frontera difusa que me interponía contra la realidad. Desatendido, seguí.

No sé si fue el aire, el alumbrado, el silencio inadvertido o el cansancio, o todo eso en un mismo tiempo, pero me estanqué frente a la primera figura con la que di, como si ella fuese alguna criatura de otro mundo que no me quitaba la mirada de encima, sino que apenas me circundaba y anunciaba no ser la única alrededor.

En vano se me desquiciaron los nervios en un intento de aprehensión cognitiva; sin embargo, al desvanecerse el miedo, comencé a llamar sin voz, larga y roncamente, a otra silueta perdida en el camino, que no me atendía ni se molestaba en extraerse de su meditación moribunda. Traté de correr hacia ella, y lo hice con la ligereza del viento, traté de gritar, y lo hice con el estruendo de un motor, hasta que llegué a alcanzarla, y desaparecí en la encarnación de su consciencia.

El ruido aquel, la carretera esta… la soledad entera…

¿De dónde vengo? ¿Dónde estoy?

pablo alejos flores autor escritor

Pablo Alejos Flores
@pabloalejosflo
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