La Luna me saluda, me quema con su frío. Sin intención de cambiar sus rutinas, ahí se encuentra, como testigo silencioso, iluminando mi camino. Hoy parece una noche especial, y se despiertan chasquidos en mí que llevaban aletargados en demasiados encuentros con ella. De repente en su luz descubro la certeza sentida y vivida de que no todo puede ser dicho, de que a veces el silencio es el más elocuente de los discursos, incluso y especialmente delante de los astros. En esta danza entre lo que experimento y lo que me atrevo a decir que creo, encuentro mi voz, no solicitada, y en la penumbra, me atrevo a hablar con la nada aparente. Al silencio, que no responde. Solo pregunta y me permite paradójicamente no dar réplica. No me cuestiona para contentar a nadie, lo hace por mí, para permitirme estos momentos de verdad donde no digo nada de lo que corre por mi sangre y altera mis sentidos. La Luna sabe que tengo algo que es mío. Por ello me sigue castigando con su frío. O quizá es la rabia que me da que pueda robarme mis secretos y no los quiera.
“La Luna no me mira a los ojos porque un día le dije que guardara mis secretos y hoy ya no me reconoce” anoté aquel día en el que el pecho me pesaba más que la vergüenza.

Aurora Hernández
@liveaboutit
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