Grito,
pero, aun así,
nadie me quiere
escuchar, ver, consolar.
Mis cuerdas,
de tanto saltar,
se han quebrado
en una afonía singular.
Las paredes
son las únicas
en reaccionar
y vibran un temblor,
sonoro,
eco de un tambor
tocado con escozor.
Los suelos
se humedecen,
se llenan de saliva,
resbaladizos,
me hacen caer,
y el techo,
cubierto de resina,
se acerca,
más y más,
y yo me siento
cada vez
más y más
pequeña.
El rugido se vuelve menos,
hasta desvanecerse
en un hilo de voz,
y la sombra de lo que fue
se convierte en un susurro
menos y menos
oscuro y pronunciado.

Jotaerrecé
jota.errece
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