Déjame volver.
Déjame volver a respirar un soplo de inocencia,
a las meriendas de leche y chocolate,
a desenvolver la magia de un regalo.
Dame de comer.
Dame de comer lo que también mi sed silencia,
el corazón por el que el mío aún late,
el elixir que extingo cuando exhalo.
Haz que vuelva a ver.
Haz que vuelva a ver un castillo en el hogar,
la escalera al sol muriendo en la cuarta planta,
lloviendo panaceas de la punta de tus dedos.
Muestra tu poder.
Muestra tu poder y mira las sombras temblar,
enfréntate a mi muerte y nota cómo se atraganta,
arrasa de un susurro la horda de mis miedos.
Sigue mi voz y búscame
entre las olas de blanco
que confundo contigo,
a los pies del barranco
que entierra mis alas,
cuyas plumas arranco
para acolchar la caída.
Ven si no, y dime quién
sino tú cambiaría
mis cartones por su abrigo,
de su pecho la alegría
por dejarse tirar balas,
la vida entera, quién daría
por un segundo de la mía.
Déjame volver.
Déjame volver a oír respuestas,
al dulce enjugar
de mis lágrimas,
a ser arropado
si hace frío.
Al cuento de cuando me acuestas,
a aquel crepitar
de sus páginas,
a los charcos del vado
de este río.
Dame de comer.
Dame de comer cualquier sonrisa,
mi propio y gris reflejo
en tus pupilas,
sopa helada y ya vertida
sobre tus manos.
Tengo hambre de tu paz y de tu prisa,
de pan duro, roído y viejo
si lo desmigas,
de nieve sucia y derretida
por tus veranos.
Déjame volver.
Déjame volver a ser un niño,
a jugar a pretender
que soy tu centro,
y que me venzan las pestañas,
por tan sólo un momento
que dure siempre.
Quiero envolverme en suave armiño,
sentir el piel con piel
pero por dentro,
y mecerme en tus entrañas,
trocar
mi nacimiento
por tocar
tu vientre.

Iñigo Aranburu Palmeiro
@aranogi.poesia
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