La mar entona delicias
con sus encajes de nácar,
como vestido de tules,
rozaba en arte el ámbar.
Niña ajena a sus encantos,
—¡si tan solo lo escucharas!—;
camina en silencio lírico,
con paso de destemplada.
Las gasas rozan las sales
que el Atlántico regala;
pelo bermejo, rizado,
resbala sobre la espalda.
Jóvenes ojos marinos
desde el faro la admiraban;
iris audaces, sinceros,
que por hablarle rogaban.
Anochecer de aquel día,
la escena invertida estaba:
la joven muy melancólica
al borde del mar cantaba.
Los pies ya cerca, muy cerca,
de la rompiente que sangra.
En el espectro de luces
de tormenta desatada,
se le hizo villano el mar,
tirano que retronaba.
Dos iris verdes y limpios
desde la orilla, en la playa
con cautela y con sigilo
al acantilado se alzan.
“¡Ten cuidado!”, ya le grita,
sabiendo que en vano habla,
pues la tormenta es feroz
y se ha elevado a romántica.
Silba el aire con bravura,
desgasta la marejada
con susurrante alarido
las rocas de aquella cala.
Baile atrevido del viento
con esta evasiva dama,
enredando los cabellos,
enredando está sus faldas.
La fuerza del mar, tan pura,
lanza un frenesí de agua,
y queda en abismo ella,
sostenida por las palmas.
“Sostente a mí, no te angusties,
que casi estás sana y salva”,
y en el aire algo le eleva,
una fuerza inesperada.
Junto al faro que da abrigo
luz de marina batalla,
le dice con voz potente:
“con la mar se hace distancia”.
Ni intentan llegar al pueblo
por evitar más desgracias,
pues un manto helicoidal
de salitre los aplaza
hacia la puerta del faro;
la península, aislada.
Una vez el rojiblanco
les refugia en sus entrañas,
breve estudia sus cabellos;
son ondas de arena y ámbar.
“He de agradecerte mucho,
lo noble, poca tardanza.
Soy de tierras de secano,
de tierras muy alejadas;
veo solamente el mar
como motivo de gracia,
como juego de los versos,
como lirismo y bonanza”.
“¿Qué tierra, pues, te regala,
unos ojos que, por verdes,
casi quiebren y enreden
la furia de la resaca?”
“De tierra española, digo;
Castilla, por ser exacta.
Pero veo que entenderse
no es problema que afectara.”
“¿Cómo no veías las olas
como velo que amortaja?”
“La tormenta no era fiera
cuando yo al faro llegara;
con el alma en otras cosas,
al Atlántico ignoraba”.
“No vuelvas nunca a ignorar
su fuerza tan sobrehumana.
¿Qué pensamientos tenaces
eran los que te cercaban,
para hacerte sorda al trueno
y ciega a eléctrica llama?”
“Asunto y melancolía
a cualquiera no se narra.”
“No tenga apuro, menina;
¿y saber cómo te llamas?”
“Marina Pérez; ¿tu nombre…?”
“Mi nombre, Nicolau Gamas.
¿Hace tiempo que llegaste
a visitar estas playas?”
“Hace apenas unos días,
necesitada de calma;
pues soy artista, es preciso
que busque la brisa sana”.
Él la miraba en detalle,
onírico, sus rasgos traza;
pero, bullendo en el pecho,
alma sintió cautivada.

Eva Pérez Cepeda
@evaperezcepeda_04
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