Me dijo que aquel traje
lo había cosido ella,
y que ahora lamentaba
haberlo utilizado tan solo una ocasión.
Ella era costurera, y aquel vestido:
fucsia con un encaje blanco sobre el pecho.
Cuando yo era pequeña
ella me hacía vestidos de todos los colores.
De grande, si volvía a mencionarlos,
ella los describía perfectamente,
como si compartiéramos espacios
de memoria marcados por el lino.
En una de mis últimas visitas,
me eché sobre su pecho —su bata,
de algodón, olía a casa e hilo, y yo era
una niña pequeñita que,
preventivamente, buscaba consolar
una tristeza que aún no concebía,
una que todavía no habría de comprender
— alguna felpa o pana.
Alguna tela gruesa difícil de coser.
A ella la sepultaron con su vestido fucsia,
y no se parecía.
Y yo me transformé en alfiletero,
enterrándome todas esas agujas,
para que no se pierdan.

Iris Mónica Vargas
@irismonicavargas
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