Tras noches aciagas en duermevela,
aquel soplo, quejumbroso y nublado,
estertor ronco de aire tapizado,
convirtió tu inerte cuerpo en esquela.
Cambiaría para siempre esta escuela
de familia y afecto noble colmado,
el comienzo de aquel junio rosado
con la locuaz muerte como dovela.
Este obcecado y perpetuo recuerdo
de los amados caminos ausentes
demuestra inútil el crepitar diario
ante el estéril fuego del desacuerdo;
el abrazo a los amigos presentes
diluye este amargo llanto solitario.

Juan Carlos Ruiz Redondo
@jcruizredondo
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