El sonido del reloj no para,
y yo aquí sigo sentada,
a la espera de que tu voz vuelva,
y roce mi solloza alma.
Luego me paro y miro,
observando desde cerca tu olvido,
dentro de este ruidoso vacío,
de un desierto con ventisca sin silbido.
Pero el grito de mis latidos,
va rompiendo en pedazos
en mil y unas noches,
los muros de este corazón abatido.



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