Y nos dejamos ir, como quien posee el tiempo y tiene el privilegio de capturarse para volver.
Y nos dejamos hundir, porque era mucho más fácil dejarse ir que combatir.
Y corriste en la dirección contraria en la que yo caminaba, despacio, pie firme.
Y huiste, y me perdí.
Perdí el rastro,
perdí el hilo.
Perdí las ganas de combatir el mundo
porque ahora a solas era todo mucho más abrupto.
Huí del camino y encontré el vacío de todos los que se han marchado
sin nada, sin alma.
Caminé en vida, y caminé casi en muerte
buscando tu estela,
tu ayuda.
Pero las personas son ida y venida
y miles de combinaciones.
Y entendí, entonces,
que anclarme cual barco a la deriva
en medio del océano
no devolvería a mi vida la luz
que tu me habías concedido.
Entendí, que para todo el mundo
somos nosotros
y luego el mundo.
Pero yo,
yo estaba dispuesta a conceder mi yo al mundo
por tal de que caminásemos
a un lado
o en medio
o juntos.
Comprendo, ahora,
que no depende de mí,
sino de la ruleta del destino;
que en nuestras vidas
habrá personas que perpetúan el tiempo
y otras que será el propio tiempo el que las perpetúen.




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