El tiempo se detiene en ese preciso instante en el que beso tu hombro y estalla la razón en cientos de caricias que se difuminan por tu cuerpo. Piel tersa, sumida en sentimientos y suspiros que naufragan en el horizonte de unas sábanas, movidas por un airado temporal.
Sentir el abrazo cálido que ilumina la madrugada mortecina, donde el silencio se hace canción eterna de placer y antojo. Un lugar, una escena, un momento de pasión entregada, al soslayo de tu mirada, comiéndonos al unísono en bocados de lujuria.
Y me ato a la razón que me lleva a la deriva, mutilando el seso dormido y opaco, que nada desnudo en tu ser. Me bastan tus manos para llegar al cielo de tu presencia, para tocar la gloria con mis dedos. No hay nada más allá, sólo estás tú.
Y nos fundimos lentamente, bajo el techo de aquellas notas emocionadas. Piel sobre piel, roce infinito que lleva hasta la locura jamás soñada. Una habitación compungida y bañada de un sol tibio, vaho etéreo que empaña los amores del presente y una entrega inmediata, de amor entretejida.
Sólo bastó un beso para detener el reloj que me lleva a ti, para saborear tus labios como nunca, como siempre, y para perderme en tu pecho, latiendo a fuego bajo la emoción jamás vivida.
Entre las sábanas, pegado a ti, me sorprende el nuevo día con la sonrisa de mi alma y el suspiro que dejo grabado en tu cuello. La ventana entreabierta, la brisa que baña el amanecer, otro beso, otra vez parado el tiempo y el mundo continúa.
Letras & Poesía 
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