Claveles Rotos

Vengo a decirte lo que ya ha sido dicho,
Lo que me faltó por decir,
Y lo que en otra vida, diré.
Anónimamente, por supuesto, vengo a dejar una carta; de las románticas, de las empedernidas, y la de los perdedores que han suscitado a sollozar.
Vengo a presentar una renuncia, o quizá, una bandera blanca. Un lo siento por cada halago y poema, un perdón por cada verso y beso ofrecido a tu presencia. Vengo a exponer mis descargos, los más sinceros y callados, y por ende, el peor crimen que comete un animal racional: el de querer más allá de lo permitido por su verdugo.
Me arrodillo hoy, ante el amor. Y abro mis ojos para dejarte en libertad. Vengo con la tinta del corazón derramada porque me voy con tu aroma. Vengo a despedirme porque la niña huracán, la niña olvidadiza, se resiste a mi poesía y termina olvidando al final del día, cuánto la quiero. He venido a ponerle tu nombre a un lugar en el cielo, y sabes con certeza, cuál es. He dejado tus labios en las cuerdas de mi guitarra, pues si ya llevan la melodía de tu voz, sirena. Y vengo a llorar como Andrómeda, quién ha sido lastimada por el dolor de otros. No me queda más que la maldición de tu mirada, que me perseguirá hasta que los claveles se detengan. Vivirás en el recuerdo de un alma lúgubre que resucitó al verte y que murió en el instante que mi pecho se marchitó.

Mientras esta melodía suene y el día subsista… serás canción, serás poesía, serás arte. No morirás, al menos no por esta balada.

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