Se ahogó en minutos la imagen
que tenía de ti,
se quedó muda,
sin gesto ni expresión,
de piedra pura,
de humo ilusionista,
espejismo de amor.
En un enorme pedestal te tenía
y entre vanas palabras
sólo escombros quedó.
Actos sin consumarse,
llevaron tu voz al viento sin mostrarse.
Verdad que si escondida está,
no emergiste
por pura cobardía,
atada al egoísmo,
secuestrada por la mente difusa.
Bajo las estrellas de agosto
le hablé a los maestros ascendidos,
y conjuré una promesa
donde todo lo oculto se desvelara,
donde sólo el alma victoriosa se alzara.
Dejé al águila volar en libertad,
para que fuera solo ella,
sin grilletes,
sin llaves ni lazos que la
aferraran a la tierra.
Sólo así pude vislumbrar toda su hermosura.
Caminos que se cruzaron en una cruenta batalla,
alejados por la propia existencia,
separados para crecer en conciencia.
La noche se acerca,
silenciosa como el vuelo de la lechuza,
y como viajeros del tiempo y del espacio,
regresaremos a nuestro auténtico hogar.
Allí en el templo de la llama violeta,
volveré a ver mi reflejo,
abrazándonos en uno solo
nos comprenderemos,
nos completaremos;
y si es necesario,
de nuevo,
nos disiparemos,
entre nubes estelares,
buscándonos de nuevo,
olvidándonos
y recordándonos
como el mito del eterno retorno.
