Ven… refúgiate entre mis piernas
de todas las tempestades,
arrópate con mi silueta
que ya está empapada,
dame tu morbo en la mirada
y cierra la puerta.
Ven… juguemos al va y ven
con una brillante sincronía,
como si la más grande
de las orquestas tocara
sólo para nosotros
y el director perdiera su batuta,
por no poder dejar de mirarnos.
Ven…
que mi cuello sea el camino
que transites sin parar,
que tu espalda
sea la vida misma
a la que me quiero aferrar.
Ven… que la calma y el desenfreno
nos esperan y la avidez
de tus manos ansía dejar su huella.
Ven… ¡No me tengas piedad!



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