Todos hemos pensado y oído decir alguna vez a los demás: «Si pudiera volver atrás…». Todos, sin excepción, retornaríamos al pasado si fuera posible, bien por cambiar algo en concreto o bien para tener más tiempo por delante.
Los hay que dicen: «Me gustaría volver atrás en el tiempo pero sabiendo lo que sé ahora». Esto me plantea una duda: ¿cuánto atrás? ¿A los diez años? No me imagino a un niño con la personalidad de un adulto tocando timbres y huyendo, corriendo tras las niñas para levantarles la falda o escribiendo en la pared del gimnasio que el profesor se tira pedos en clase —mamá, es todo inventado—.
¿A los catorce? Hay que tener en cuenta que eso supone vivir en casa de tus padres, seguir sus normas, y compartir el tiempo libre con adolescentes en plena ebullición hormonal. Que toda la clase tire a la vez el bolígrafo al suelo cuando suena una alarma puede que no sea tan divertido cuando el profesor tiene tu edad —mental— o es incluso más joven. Aunque… EGB, ains, qué recuerdos.
¿A los veinte? Bueno, esto cambia las cosas. A esa edad ya se es adulto. Tus conocimientos actuales en un cuerpo de veinte años. Puedes ser independiente y vivir tu vida. Puedes ir con el culo en su sitio, la tripa plana y la cara sin patas de gallo donde aquel novio tan buenorro que tuviste y demostrarle tu veteranía amatoria. El problema es que él no ha tenido tiempo de lograr la misma experiencia que tú así que… es probable que tú no ganes con esa situación. Por no hablar de salir de fiesta un sábado y que el domingo quiera ir a comer una hamburguesa y dar una vuelta por el pantano, y tú no puedas ni darle un trago al café porque ahora las resacas te duran dos días.
También están los que volverían atrás solo para cambiar momentos o decisiones puntuales: ponerte otro pantalones aquel día que en el colegio se te rasgaron y los demás se rieron de ti, no empezar a cantar a pleno pulmón tres segundos antes de tiempo en el concierto de fin de curso, decirle a tu novio que se vaya de casa antes de que lleguen tus padres, estudiar una carrera diferente, tener valor para dejar ese trabajo, beber algunos chupitos menos en aquella cena de empresa, no comprar la maldita casa con humedades, fingir una gastroenteritis para no ir a la «gloriosa» comida de navidad en la que casi asesinas a tu cuñado…
Una cosa que tienen en común todas las modalidades de «vuelta al pasado» es que queremos mantener lo que nos gusta de nuestro presente. Claro, muy bonito y muy cómodo, pero ¿qué pasaría si no fuera así? ¿Si hubiera posibilidad de que, al volver atrás, no recuperáramos lo que ahora tenemos? Tal vez ya no conocerías a esa amiga a la que llamas siempre para contarle tus problemas, o a esa mujer o ese hombre con el que llevas tanto tiempo compartido y estás tan a gusto. Acaso ya no tendrías hijos, o tendrías otros distintos. Quizá vayas a la perrera y no esté Musko, ese cachorro alegre que comparte tu vida desde hace años. O no mantengas el puesto de trabajo que tanto te llena, o ya no estén esos amigos de la blogosfera que, por alguna razón, te tienen aprecio y se molestan en leer y comentar todo lo que publicas.
¿Estarías, en ese caso, dispuesto a montar en el DeLorean de Doc? Y no me refiero a si tendrías miedo a lo desconocido, o al «más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer». No. Aun si supieras que tendrías una buena vida, ¿te arriesgarías a poder perder —o no volver a lograr— lo bueno que has conseguido, por una oportunidad de cambiar ciertas cosas de tu pasado?
Es obvio que hay tantas situaciones y vidas como personas, e igual número de opiniones. Yo la mía la tengo muy clara. ¿Y vosotros?
Deja una respuesta