Las alas siempre han estado allí, a veces brillantes, otras veces remendadas con harapos; con cielo o sin él, nunca han abandonado nuestra espalda.
De pequeños nos enseñan que son un mito, leyendas de otro mundo y de otro tiempo; nos hacen mirarlas en otros seres que creemos divinos, cuando en realidad el ser más cautivante se encuentra frente al espejo. No se les culpa: a esos maestros también se les intentó cortar las alas.
Entre tanto ruido —y murmullos sin destino— hemos pasado de su existencia; dejadas a un lado, han sufrido golpes y estragos, y sin un buen guardián que las cuide, han sucumbido al olvido. Cada persona que vemos por la calle caminando lo hace porque así lo quiere, no se atreven a levantar los pies y volar de su rutina; sin darse cuenta de sus acciones, atan las cadenas y perforan la pureza.
Nuestro cuerpo pide a gritos volver a sentir el aire que nos impulsa la vida, borrando el límite de lo cotidiano, de lo normal. Es hora de que limpies tus alas, les sacudas el polvo y emprendas de nuevo el vuelo.
Precioso y motivador.
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¡Muchas gracias!
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