Resultó que tu sonrisa ocultaba a un depravado. Te ganaste la confianza de mi protector y aprovechaste su ausencia para quitarme con tus repulsivas manos mi inocencia. Te arañé donde pude, te mordí en vano para que me dejaras en libertad, y tus golpes me rompieron las alas. Terminaste sin olvidarte de amenazarme para que callara y no delatara tu crimen. Lloré de rabia, de impotencia, y quise que el agua me borrase tu nauseabundo olor de mi piel.
Liberé todo ese daño sobre los lienzos, donde la espada pudo hacer la justicia que la realidad me negaba. Me sometí a tortura para que mi testimonio fuera creíble por el tribunal. Y sólo te expulsaron de Roma. Sé que estaré sepultada bajo legajos durante varios siglos. Hasta que el resto de mujeres despierte. Entonces regresaré del olvido para recordar que aún hay hombres violadores.
El lado masculino de la humanidad sigue sometiendo al lado femenino, como si fuésemos objetos de capricho y no lo que realmente somos, un mismo ser dividido en dos sexos diferentes.
No le des poder al silencio, al miedo, si te insultan, si te obligan a vender tu cuerpo, si te fuerzan y te rompen como a una muñeca de porcelana. Somos el pulso vital, guardianas de la esperanza, las que albergamos la paz en las entrañas.
Queda mucha lucha aún, para que ese equilibrio entre el sol y la luna se logre en esta tierra. Mujeres, no dejéis de gritar, de bailar, de cantar como aves libres sobre la inmensidad del cielo, aunque haya tormenta y oscuridad perpetua. Denunciar toda clase de violencia sobre vosotras, sobre los demás, hombres, mujeres y naturaleza. Somos generadoras de la vida, hijas de la gran diosa madre, y por ello tenemos el poder de protegerla.



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