El Hambre

Cuando llegué a la azotea Lucía ya estaba allí, subida a un cubo de plástico y con aquella antena de televisión en las manos. La sostenía en alto, contra la tormenta, derrochando sus últimas fuerzas. Se apreciaba que estaba muy débil. Tenía el aspecto de una anciana.

Extendí mi palo de selfie y lo levanté hacia el cielo oscuro. La tormenta rugía, y los ojos de Lucía descargaban sobre mí sus maldiciones, por estar yo allí.

Al rato me sonrió la fortuna. ¡Otra vez a mí! Y el gran rayo cayó sobre mi palo. El estallido del trueno pronto lo secundó.

Como siempre, me costó recobrarme de la intensa sacudida eléctrica. Mis prendas estaban bastante chamuscadas, pero yo fortalecido, con unos veinte años menos después de aquel relámpago.

Cuando ya me iba, vislumbré la cara de terror de Lucía, al borde de la crisis. Murmuraba algo entre dientes. Hambre de luz tenía mucha. Pero tiempo… apenas le quedaba. No se esperaban borrascas en los próximos días y la tormenta estaba amainando.

Sospeché que no la volvería a ver.

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