El suave susurro de un sonajero para dormir. Las ventanas abiertas, no demasiado, el niño está durmiendo. Las poesías del mañana canturrean detrás de la cortina blanca. Los rayos de sol entran tímidamente por el alféizar.

La madre mira a su bebé, sentada, pletórica. Su corazón late precipitadamente. Ve en aquellos ojitos cerrados su imagen en miniatura. Es el futuro y el pasado unidos en un presente perfecto. La brisa acaricia al niño. La mano de su mamá mima sus mofletes.

Respira tranquilo. La madre sonríe tranquila también. La alegría se abre paso entre los nervios y la inseguridad. La determinación se burla de las dudas. Los sueños se pintan con acuarela en las paredes y el tiempo musita desde dentro de un reloj al que nadie presta atención.

El sonajero mece los pequeños deseos que corretean y juegan en la mente de aquella personita. De grande podrá hacerlos realidad. Eso seguro. Un colibrí se suma a los poemas que el sonidito del corazón del niño le cuenta a su madre.
No hay peligro. No hay prisas.
Solo ese pequeño mundo que se crea cuando dos ojitos relampagueantes se abren para encontrarse con los de quien más le querrá en este mundo. Quien le cuidará y le protegerá hasta las últimas consecuencias.
Hasta que los suyos terminen por cerrarse en busca de otras verdades que este mundo no logra mostrar.



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