Te escribo porque sé que estas hojas nunca llegarán a tus manos. No lo harán y no porque no sea importante, sino porque, a veces, es mejor dejar las cosas así. Es mejor ignorar que aquella noche perdidos en la jungla de la gran ciudad tú fuiste la brisa con la que llegó la calma y que, en mitad del huracán que se avalanzó sobre mi vida, tú fuiste quien me mantuvo en vida.
Te escribo porque nunca he tenido la valentía de mirarte a los ojos y decirte que cuando giras la esquina ya empiezo a echarte de menos. Y sí, cada vez que me miras siento que los esquemas se desvanecen y luego los reconstruyes como si nada hubiese pasado. Y ahí estoy yo cada vez que te acercas, con la taquicardia amenazando a mi corazón y tus labios que atrapan mi mirada.
Te escribo porque durante toda mi vida he esperado conocer a alguien como tú. Alguien que, en medio de la multitud, con solo mirarme hiciese poesía. Alguien que tuviese las mariposas en el estómago por bandera y que conociese la sensación de no pertenecer a ningún lugar y, al mismo tiempo, sentir que perteneces a todos, que en cada lugar del mundo hay un pedacito de ti.
Te escribo porque simplemente no te puedo decir que es jodido encontrar al amor de tu vida y tener que dejarlo ir, con las manos vacías y con tanto que decir.



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