La aurora gritó en alto.
«Muero»,
les dijo a los cielos
mientras rojos y rosas inundaban el océano,
el espacio vacío entre las nubes,
lejano y frío pese al sol que lo habitaba,
que escapaba cada día de su cárcel en el agua.
El embate continuó,
el color se apropió del lienzo,
se volvió nación entre llantos y aullidos,
se tornó completo y libre,
intenso hasta rasgar la tela que lo sostenía,
hasta convertirse en el mismo pincel del artista.



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