Manos cálidas,
dedos finos como vías rectas,
entre arrugadas pieles,
una tersa y otra anciana,
en medio
la piel de mediana edad.
Viejas instantáneas
proliferan
en su inconsciente,
entre las falanges protectoras
de sus progenitores.
La suavidad
y aspereza de su abuelo,
zarpas encalladas
por el duro
trabajo del campo.
Recordaba,
las pequeñas manos
de sus amigos de antaño,
esas que con cantos y palmadas
volaban con juegos de la infancia.
Manos de su primer
amor de verano,
y del que robó su corazón,
ese que acaricia
con tacto delicado
de deseo y
de pasión.
La calidez
de los amantes
desnudos y vibrantes
iluminados
por la luna llena.
Miles de manos,
enlazadas formando
un todo.
El vigor de las llamas gemelas,
de la familia del alma,
sanadores del corazón
maestros de la compasión.
Ahora
observaba,
y miraba
ensimismada
la diminuta manita
de su retoño,
aferrándose al ritmo
vital,
como un guerrero
en evolución.
Y el viaje se expande
entre las líneas de la vida
de la mente
y del corazón.
Como un mapa
oculto en la palma
solo aquellos que tienen
el don de leerlo
pueden ver
nuestros más remotos
ancestros.
Líneas estelares
