La magia de Flora

Estoy siempre ante su mirada, y por sus manos deseo ser acariciada. Sentí su energía de alegría cuando era diminuta e indefensa, y en ese momento, me arropó con alimento y agua fresca. Y lentamente el sol y la brisa me hicieron evolucionar. Ahora la veo cantar y meditar mientras las aves trinan con el amanecer. Se acerca y me habla en un susurro, como el arrullo pronunciado a los niños que se resisten a Morfeo.
La observo bailar con los mantras de la libertad, pronunciando conjuros de elevación con el ritmo de una hermosa canción. Y sin ella saberlo todo eso me hace crecer.
Pero hace días que la veo llorar, con el alma en pena bajo mortecinas velas. Apenas se acerca para tocarme y yo solo quiero ayudarle.
Y desde el centro de la tierra tomé todo lo que pude absorber, para elevarlo hasta el cielo, y desde allí, poder florecer. Me abrí en canal, para que los pétalos se expandieran y ella los viera. Sin embargo, ella seguía aturdida en su funesta coraza sumergida, con la mente atrapada en la herida pasada y de negro humo cegada.
En un esfuerzo final desplegué la energía más sutil, el aroma que llevaba en mí. Aquella mañana por fin, se acercó a mí descalza, y con pasos de gata besó mi flor, y la risa cubierta de lágrimas de liberación atenuó todo el dolor que se oprimía en su interior. Al poner su mente en el presente, el sufrimiento desapareció.
Desde entonces, no dejamos de florecer para que aquellos que sufran de los pesares del corazón sanen con nuestra asistencia, aunque muchas veces lo hagamos en vano, si el que nos tiene que ver está perdido entre las tinieblas de sus emociones. Solo en la presencia consciente, el milagro se hace patente, con la apertura del ser y el deseo sincero, de levantarse y alzar un nuevo vuelo.