Y mientras escucho
la guitarra de Vicente,
recorro los pasos
de aquellos que se fueron,
como el agua que cae
en cascada en el mar.
Tus ojos verdes en mi entrecejo,
mi pequeña manita en tu inmenso pecho.
Paseos largos por los coloridos campos.
Naturaleza latente mostrada por tu paciencia infinita.
La materia se marchita,
como rosas bajo un abrasador sol.
Los tesoros más hermosos
se guardan en el corazón.
Allí vive tu sonrisa
y los cuadrados de tu vieja camisa.
La palabra inventada “garrifufa”,
el canto de tus alondras y perdices.
Tardes donde el frescor de poniente
se detenía
en tu retina para siempre.
Noviembre de castañas del recuerdo,
carbón y cisco en el brasero.
Bailando contigo entre juegos.
Maravilla de la vida efímera y eterna.
Todo queda grabado en las altas esferas.
Y aunque invisible ahora,
jamás he dejado de sentir tu presencia.
Y en las noches
de doradas estrellas
apareces en mis sueños
para seguir viéndonos,
y así voy rellenando
cada hueco
de tu ausencia,
con nuevas vivencias
en las realidades
de otras frecuencias.