Esperamos a que salga del baño. Con la puerta entreabierta, escuchamos el caer del agua y los sonidos dispares de sus manos refregando su cuerpo, suponemos que para quitar los restos de jabón. Sentados al borde de su cama, tenemos a mano su ropa interior y un saco tejido que nos puede quedar mejor a nosotros que a ella. Pero en lo único en que pensamos es en si podremos pasar nuestras manos sobre su cuerpo después de su salida, antes de vestirse, y en ese intermedio quizás alcanzar alguno de sus pezones. ¿Serán puntiagudos de areola pequeña? Esperamos que sí. Ya no escuchamos caer agua, seguramente se está secando el cuerpo o el cabello, no sabemos si usa desodorante, ya dentro de poco lo averiguaremos. Nos asomamos por el resquicio de la puerta del cuarto y vemos que la del baño sigue cerrada, sin ningún sonido ni movimiento que podamos percibir. A mí me mata la ansiedad, pero tú estás muy tranquilo. Yo aparento tranquilidad, pero experimento tu ansiedad. Nos sentamos de nuevo al borde de la cama, simulamos que nada malo hemos hecho. Nada malo hemos hecho. Queremos oler sus calzones para ver si aprendemos algo más de ella, pero no nos atrevemos. ¡Qué estúpidos! Mientras nos imaginamos la escena ella entra al cuarto. No esperábamos verla cubierta con la toalla y con el cabello desordenado y la piel aún llena de gotas de agua. Es como si nada hubiera secado, solo salió de la ducha y se cubrió con la toalla y está acá, frente a nosotros. Tenemos que actuar rápido, pero la imagen de su humedad nos perturba. Imaginamos estar lamiendo una a una esas gotitas que se van deslizando por su nuca y otra que vemos que cae hacia sus senos, esperando ver un pezón puntiagudo con areola pequeña. Tú imaginas lamer las de sus muslos, yo prefiero las de sus senos. Se iba a sentar a nuestro lado, y nos corremos un poco para que así sea, pero prefiere revolotear por el cuarto. Va a la esquina contraria y enciende el televisor, abre la puerta del armario y busca otras prendas que descubre ya ha sacado y están ahí, junto a nosotros, esas que quisimos oler. Por fin se detiene como a pensar, en medio de su inquietud, y nos ponemos de pie, detrás de ella, y detallamos su tatuaje. A mí me parece un rosal pero a ti te da la impresión de una escena psicodélica. Pensamos en alzar la mano y dejarla caer ahí, en su nuca, pero nada hacemos. De nuevo ella corre por el cuarto y sin percatarnos, toma las prendas que están sobre la cama y desaparece del cuarto. ¡Qué ridículos! Ni muslos ni senos. Nos demoramos en reaccionar. Al momento estamos viendo alguna película en el televisor, con todo el desinterés del caso. Tomamos su portátil y abrimos nuestro Facebook, para buscar algún consuelo de tontos. Actualizamos nuestro estado y cerramos sesión. Nos asomamos y de nuevo la puerta del baño cerrada. La decisión está tomada. Salimos del cuarto sin hacer ruido y nos dirigimos a la salida del apartamento. Nos damos cuenta de que podemos salir sin ningún problema, no hay seguros ni nada. Tú tomas la perilla y yo veo que ella se asoma. Volteamos a mirar y no tiene la toalla puesta. De hecho, no hay nada sobre ella más que su humedad.

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