Leí por ahí que las verdades a medias son peores que las mentiras. Ilógico. Nada puede ser peor que una mentira completa. El gusto no está en mentir y librarte, está en saber hacerlo y hacerlo bien. Es así como se puede identificar la manía del mentiroso, dándole ese libre albedrío capaz de lastimar susceptibilidades hipócritas.
A nadie la importa porque es un deber, pero la verdad siempre será como la luz. Clara y fugaz. Un destello tan efímero que puede viajar a través de los ojos cerrados, uniforme y sin perder su serenidad.
Potentes o tenues, las luces tienden a tener vidas enérgicas, pero, en algunos casos, condicionadas al uso de un interruptor. Mueren y reviven con un solo clic. Que maldito infortunio. ¿Quién fue el osado que se encargó de meter a la verdad en una miserable linterna?
Por otro lado, a contra luz, están las siluetas.
Estos son seres totalmente distintos que salen a pasear cuando las luces funcionan. Son capaces de cualquier aventura. Se cuelgan peligrosamente de las grietas en la pared, corretean por el techo de los pasillos y cruzan puertas cerradas de par en par. No conocen límites. Son infinitas.
Ese es el gran problema sobre las siluetas, no pueden permanecer tranquilas. Idean planes perversos, casi demenciales, buscando quien sabe qué. Llevan al límite el nerviosismo tras cada uno de sus movimientos. Son, más allá del caos, los seres más privilegiados por la versatilidad. Se unen de a dos y se pueden dividir en diez. Agarran a sus propios pensamientos y los revuelcan por el piso, levantando todo el polvo, sin ruido. Un desorden tranquilo.
Así es como funciona la sinceridad. La verdad es luz, única, condicionada y a veces molesta. La mentira es silueta, siniestra, inescrupulosa, capaz de tomar cualquier forma para sobrevivir. Ambas partes se oponen y se complementan hasta el punto de crear la imagen más hermosa contenida en un valor que se ha perdido a medias.
Aun así, las luces pueden albergar a las siluetas más oscuras, escondidas en el subconsciente. Pero nunca las verás congeniar.