Cada vez que me llamas me pongo enferma. Me arden las venas, me palpitan las sienes, no puedo conciliar el sueño… Mis pensamientos se tornan en vasallos de tu presencia sin querer tener más razón de ser que la de tus propias vivencias.
Y ahora de nuevo rondas mi pequeña existencia, trastornando mis días para que me vuelva a colgar de tu mano e iniciar otra andadura sin saber hacia dónde. Pero te presiento.
A veces ansío tu tormento; te odio y me arrepiento; te busco y no te encuentro; te conjuro con un libro abierto, voyeur de tu paso en otros tiempos.
En entonces cuando decido no quererte más, reniego en tu ausencia, repudio tu carencia, preguntándome dónde estarás, convencida de que no volveré a gozar de la intensidad de tus idas y venidas y de no haberte sabido valorar.
Vete al infierno. No te necesito, me basta con mi rutina de trabajar. Sacaré adelante alguna historia, tengo millones, todas las que quiera contar. Tengo versos derramados por mi rostro y poesía en mi caminar.
Puede que esta vez te traiga una gota de lluvia o el acorde de una canción, que seas la luz del sol a través de mi ventana, la alegría de la risa de una voz que me llama ; el sueño profundo de una siesta con olor a jazmín o una plácida noche estrellada; que te vea quizás en mí o entre mis páginas, acorazada.

Demasiado dolor en tu entrada. No enfermes tu alma. Deja ir aquello que ademas de ser tan ambivalente, te hiere sin consuelo. Un cálido saludo.
Me gustaLe gusta a 1 persona