La puerta de un alma alocada se abre ante mí
meciendo el atrevimiento la cobardía.
Y como la hoja seca de un árbol en otoño
cae mi sospecha al precipicio de la verdad,
pues tu querer es el origen de mi melancolía.
No temo al afecto tuyo si es lo que piensas,
ni a lo que tus labios temerosos me susurran.
Temo a tu juventud, a tu inocencia,
al daño que brotaría de su precipitación.
No es más por eso por lo que te silencio
la esperada respuesta a tu querer,
pero nada puedo guardarme en prosa o en verso
cuando el corazón exige a la libertad reinar en él.
Mis ojos guardaran el secreto y ni en fechas
como éstas te hablarán. Puedes entristecerte
y marcharte ofendida, no asumiré riesgos ni demás.
Aunque sea amor, lo que más tarde, se quiera llevar el olvido
y el repertorio de un «te quiero» resuene en soledad,
buscaré una manera -por no llamarla castigo-
de llenar noches de versos hasta poderte olvidar.



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