Poema a mi hijo

Disfruté de tu infancia,

incluso más allá de sus confines.

Bebí de tu sonrisa inocente,

como quien bebe el néctar de un buen vino.

Fue mi error, y tú lo sabes,

tan bien como yo lo supe luego.

Yo quise atrapar el sol con mis dos manos

sin saber que el sol jamás podré alcanzarlo,

aunque brille a diario derritiendo las escarchas,

aunque ilumine el fin de mis noches tristes.

No permitas que el espejismo del desierto te confunda,

tú, mejor que nadie, sabes el rumbo

que un día te trazaste.

Sobrevolaste un día tus cenizas,

la achicharrada piel del alma

que dejaste en el camino.

Y te elevaste aún más,

por encima de las llamas

para recuperar la identidad que

un día te negaste.

Es tu tesoro, hijo, es tu tesoro,

una fortuna que nadie ya podrá robarte.

La vida desolada será una anécdota del tiempo,

la vida nueva se vive en cada instante.

Yo me conformaré con ver vivir tu vida.

Yo me conformaré con ver fluir la mía.

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