Sobre el miedo usado en la política
El domingo 28 de abril 2019 se organizó en la sede del PSOE en Madrid una celebración de que Pedro Sánchez ganara las elecciones generales y tiñera todo el mapa político de rojo. Los analistas hablaron del éxito del partido, los votantes de la izquierda se sosegaron con los resultados mientras los de la derecha constataban la realidad como la resaca del que se despierta por la mañana tras una turbia velada. Sin embargo, pese a haber obtenido la mayoría de los votos, es imposible no darse cuenta de que para Pedro Sánchez, tras la victoria electoral, se escondía una derrota dialéctica.

adaptado por Ayesha Rubio
(The Five Mile Press, 2015)
«En su relato de Pedro y el lobo, gritaba contra unos Malos para que los vecinos acudieran en tropel atemorizados; sin darse cuenta de que el lobo siempre viene cuando y por donde uno menos lo espera.»
En los días anteriores al 28, e incluso el día mismo, se habían sucedido en los mítines, en los medios e incluso en las redes sociales constantes bombardeos del eslogan «¡vota!». Claro, vota, pero vota bien, tal era el mensaje que se escondía tras esta expresión. Así pues, no se trataba tanto de votar libremente, sino de hacerlo como una obligación, dictado que muchas personas transmitían casi sin disimular. Y, por supuesto, quien emitía este mensaje no pretendía que uno votara más que los partidos “aceptables”.
Como consecuencia, y apoyado con este voto útil “para frenar el fascismo”, Pedro Sánchez parecía haber ganado las elecciones, y sin embargo no era así. No era así porque los miles de votantes al PSOE no votaron a favor del candidato, sino en contra de otro. Sánchez por esto estaba en una situación de fragilidad, porque a los posibles errores que pudiera hacer en los cuatro siguientes años y le costaran el favor de la opinión pública se vendría acoplando el hecho de que accedía a la presidencia del Gobierno no con una base sólida de votantes, sino más bien una virtual. Los que le habían permitido ganar no eran votantes de PSOE, o no eran, como digo, votantes de Pedro Sánchez; eran por ello menos fieles, y no dudarían en bajarse del carro a la primera, si no lo habían hecho ya.
Además de esta relativización en su victoria a las elecciones, como se ha dicho al principio, vino una derrota dialéctica. Porque, si Pedro Sánchez había logrado este éxito, fue atrayendo votos de pavor, fue empleando una política del miedo. En su relato de Pedro y el lobo, gritaba contra unos Malos para que los vecinos acudieran en tropel atemorizados; sin darse cuenta de que el lobo siempre viene cuando y por donde uno menos lo espera. Así mismo la izquierda hizo arder los ánimos contra VOX para que la gente estuviera aterrorizada, aun sin haber leído su programa: con mirar la televisión hoy en día parece bastar. Pudimos ver, pues, a millones de personas votar sin convicción, y con aún menos conocimiento de lo que votaban o no querían votar.

«Una izquierda hoy incapaz de contraargumentar de forma madura a las propuestas de los demás y que sólo busca responder con pobreza intelectual y desconocimiento.»
La estrategia que últimamente ha empleado la izquierda en el terreno político ha sido intentar contrarrestar al oponente con el sentimiento. Cosa muy eficaz, como se ha visto, pero cuán poco ilustrada frente al razonamiento. Los contraargumentos a VOX eran falacias que buscaban tocar la Emoción y no la Razón: «queréis dejar que las mujeres sean asesinadas», «¡quieren armar a la gente como en EE.UU.!» o el ya legendario «alerta fascista»; una izquierda hoy incapaz de contraargumentar de forma madura a las propuestas de los demás, por muy extremistas que parezcan, y que sólo busca responder con pobreza intelectual y desconocimiento.
Sin embargo, es muy fácil, y se ganaría mucho haciéndolo, señalar mediante el razonamiento propuestas de VOX. Pero para esto primero habría que ir al origen de éstas, es decir: leerse los programas. Porque una vez leídos es muy fácil encontrar incoherencias: un ejemplo sería su propuesta de “descolonizar” Gibraltar, y al mismo tiempo de proteger las fronteras en Melilla y Ceuta. Claro: queremos que Gibraltar sea español y que Ceuta y Melilla sean…españoles también, no marroquíes como lo exigiría una coherencia ideológica.
Con la entrada de VOX en el Parlamento algunos consideran que sería hora ya de normalizar el partido, entendido esto como dejar de demonizar, olvidar el maniqueísmo. Esta normalización de su pensamiento es muy necesaria porque permite debatir seriamente sus propuestas, que el Pueblo las conozca y pueda entenderlas, y así rechace algunas mientras adhiera a otras; no con el miedo, el sentimentalismo, sino con el conocimiento. Es, en fin, aprender a valorar ideas nuevas y juzgarlas no con la Emoción sino con la Razón, que es desde siempre la base de la Democracia.

«Es el miedo irracional lo que engrandece las cosas, el peligro: con él, una simple sombra en un rincón de la habitación se convierte para nuestros ojos en un monstruo hambriento que nos va a devorar.»
Los fieros “antifascistas” que tanto temen la entrada de VOX en el panorama deberían al contrario aprender a enfrentarse a sus ideas; pero no con falacias, tampoco acosándolos en cada una de sus puestos en la calle, sino con el intelecto. No se olvide que todo lo que es rechazado en la sociedad se vuelve clandestino, y no hay más peligroso que una amenaza que se esconde. En estos tiempos donde se exige cada vez más democracia, no olvidemos que «un gran poder exige una gran responsabilidad», y esto significa que el Pueblo debe hacerse adulto y dejar de temer al monstruo del armario, sino averiguar qué hay en éste. Porque es el miedo irracional lo que engrandece las cosas, el peligro: con él, una simple sombra en un rincón de la habitación se convierte para nuestros ojos en un monstruo hambriento que nos va a devorar.
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