Ya era hora de volver
al lugar del que nunca debimos alejarnos.
Ya era hora de llegar
a la orilla de la que partimos,
soñando con encontrar otros cielos,
otros ojos, otras manos.
Era ya la hora de volver
a mirar con esperanza
hacia aquel horizonte
que ardía en amaneceres
y quedaba mudo al ocaso,
durmiendo los pesares,
enterrando lágrimas
entre los posos de un café.
Mirándose al espejo
la herida ya no era.
Bonita cicatriz,
digna de un tiempo de cenizas,
reflejando entre sus sombras
la luz del madero que ardía
para dar calor a la vida,
buscando un corazón
en el que dejar huella.
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