La niña que fui me está esperando, tenemos una cita.
Le prometí que cumpliríamos un sueño y estamos a punto de lograrlo.
Le pedí que viniera a recordarme lo que no debí dejar de ser y lo que no debo volver a hacer.
La banda sonora de los domingos de pizza en Camagüey, de las tardes lluviosas y de las coreografías del colegio salía de la pantalla para sonar en vivo, ante mis ojos, oídos y todos mis sentidos.
Necesitaba asomarme a la ventana de mi pasado feliz, para seguir respirando el aire de la realidad, de mi nueva realidad.
Mi versión de 7 años y la de 27, se tomaron de la mano y le ganaron al miedo al avión, juntas viajaron para estar 2600 metros más cerca de las estrellas y a contados centímetros del sueño adorado: ver a los Backsteet Boys gritar: ¡backstreet’s back all right!
La película de mi vida pasó ante mis ojos, que se llenaron de nostalgia al contemplar el sueño cumplido. Le demostré a mi pequeña yo que los sueños se cumplen, no importa la fecha y el obstáculo, solo la fe y la determinación de verlos realizados.
A la adulta Mafe no le dio pena llorar ni gritar. A la niña Mafe le dieron ganas de improvisar coreografías. A ambas se les dibujó una sonrisa, de esas que muestran los dientes y ocultan las pupilas.
Durante dos horas caminé por mi pasado en una dimensión paralela. Nunca me fui, solo crecí, y llevo conmigo más allá de la ciudad o el año recuerdos en forma de canción.
Soñar, cantar y recordar. Nuestra cita ya es un recuerdo. Mi niña interior duerme nuevamente dentro de mí, esperando que la despierte para verme cumplir metas juntas y ser mi verdadero polo a tierra de la vida real, esa que no merece que me desconecte de la fantasía, porque es más llevadero caminarla con música y un poquito de ingenuidad.