Tenía en la boca un alud de flores
ventiscas por pecho, constelaciones
deshechas como en una migraña de hielo.
Cruel costumbre la suya, desaparecía
cada madrugada en el rastro efímero
que en mi sábana escarchada dejaba.
Tímida su fachada en las nieves
cual flor reaccionaria del viajero
la felina extraviada de tormentas
que arranca en la cordillera el maullido
de todos los muertos en las montañas del mundo.